martes, 13 de noviembre de 2012

Estudio de caso - la soja


Hasta 1970 en la Argentina la soja constituía un cultivo casi experimental. Sin embargo entre esa fecha y los primeros años del siglo XXI el avance de su producción resultó extraordinario. En los años 70 la superficie de siembra evolucionó de 37.700 hs. a 2.100.000 hs; mientras que en las últimas 4 campañas se experimentaron los mayores incrementos en superficie, lográndose en la campaña 2002/3 una extensión sembrada de poco más de 12,6 millones de hectáreas, llegando a conformar hoy las más de 35 millones de toneladas cosechadas de la oleaginosa casi la mitad de todos los granos recogidos en el país.
Esta vertiginosa expansión sólo puede entenderse en el marco de la creciente articulación entre la producción primaria, los complejos agroindustriales y la demanda mundial (teniendo en cuenta que Argentina es el primer exportador mundial de aceite y harina de soja y el tercero de granos). La magnitud de la misma ha implicado sin dudas profundas transformaciones en la estructura productiva de la agricultura, lo cual promovió crecientes debates acerca de la modalidad y sus resultados.
Considerando lo mencionado previamente, se pueden diferenciar – a grandes rasgos- aspectos “positivos” y “negativos” que ha tenido dicha expansión para el sector agrario en particular y para la economía argentina en general. Así se ha destacado como ejemplo a seguir el constante aumento de la producción, la incorporación de modernas tecnologías, el desarrollo de nuevas prácticas productivas y organizacionales, la implantación de una agricultura supuestamente sustentable, y la vitalidad económica del sector, capaz de generar empleo y divisas de manera creciente, aún en un marco general de crisis económica.
Por otro lado, la expansión de la soja se ha visto asociada a una serie de efectos negativos, detectables principalmente en el ámbito agrario y sobre todo a partir de los años 90. Estos podrían resumirse en: una creciente fragilidad de la economía argentina al orientarse progresivamente hacia un modelo de monocultivo, el deterioro progresivo del recurso suelo en la región pampeana vinculado a las prácticas de agricultura continua, el desarrollo de una producción altamente dependiente de insumos importados y controlados monopólicamente por empresas transnacionales, el retroceso de producciones tradicionales, con su impacto negativo tanto en el aprovisionamiento de dichos productos para el mercado interno (caso algodón), como en el deterioro de las condiciones agroecológicas que habían permitido el desarrollo de producciones más sustentables y orientadas en algunos casos hacia el autoconsumo, entre otros.
Haciendo referencia al impacto del cultivo de soja en la mano de obra rural, se puede hablar fundamentalmente de aspectos poco favorables, como la aceleración de procesos de despoblamiento de las áreas rurales como consecuencia del abandono de la chacra mixta, del menor requerimiento de mano de obra asociado a las prácticas culturales de este cultivo  –sobre todo a partir de la siembra directa-, y a los procesos de empobrecimiento y crisis social derivados de los constantes aumentos de escala y concentración económica. El abandono de la Argentina de su papel, tanto en el mundo como sobre todo en el mercado interno, de proveedor de alimentos de naturaleza diversificada, incentiva la situación de desprotección y hambre a la cual ha sido llevada la mayor parte de la población rural. El desarrollo y aceleración de procesos de concentración económica asociados a un tipo de producción que requiere de mayores inversiones y superficies para sostener niveles adecuados de rentabilidad, tiende a expulsar del mercado a una cantidad cada vez mayor de productores.
Evidentemente es una situación que está muy instalada en nuestra sociedad actual, y desde una perspectiva crítica de las condiciones del desarrollo del capitalismo en el sector agrario, y sin detenernos todavía en la evaluación de los enunciados expuestos ni en las bases ideológicas que representan, podría señalarse que es factible concluir que algunos de los procesos negativos que se han dado asociados a la expansión de la soja se vinculan directamente con las condiciones propias y específicas de la producción de este cultivo; otros sin embargo, como los procesos de concentración económica, la crisis social, y en cierta forma la mayor dependencia y debilidad externa, no tienen otro origen que los procesos estructurales –y políticos- propios del desarrollo del capital y de las formas de explotación que éste impulsa, en un país fuertemente condicionado por la dependencia externa.
        Actualmente, la soja compite con otros cultivos dentro del país, como el de la avena, el trigo y el maíz, los cuales han sido paulatinamente desplazados y cada vez mayormente marginados a causa de la desmesurada expansión en el cultivo de soja de los últimos 20 años. El explosivo aumento de la superficie cultivada con soja en Argentina, desplazando otros cultivos y sistemas pastoriles, ha dado lugar a un intenso debate entre sectores que interpretan este avance como un factor de progreso, y aquellos que ponen énfasis sobre el eventual impacto económico de semejante simplificación en el uso de la tierra.
       Hoy en día, el cultivo de soja ocupa las tierras más aptas de la región pampeana, compitiendo por espacio con otros cultivos a los que puede sustituir según los precios relativos, como sorgo, maíz y girasol. De hecho, los altos resultados productivos han generado una importante dependencia del país en la exportación de soja. A pesar de todas las desventajas que trajo la injustificable expansión de la producción de soja desde mediados de los años 90, el sector agropecuario de Argentina ha hecho una estimación de 100 millones de toneladas de granos para su producción de 2010, proyectando la producción de soja en 45 millones de toneladas. Para alcanzar este proyecto se requerirá la incorporación de unas 17 millones de hectáreas al cultivo de soja. Lo preocupante es que la enorme cantidad de tierras no serán ganadas a otros cultivos, 4 millones de hectáreas nuevas deberán ser plantadas con soja, lo que implica la conversión de tierras ganaderas a sojeras.