Hasta 1970 en la Argentina la soja constituía un cultivo casi experimental.
Sin embargo entre esa fecha y los primeros años del siglo XXI el avance de su
producción resultó extraordinario. En los años 70 la superficie de siembra
evolucionó de 37.700 hs. a 2.100.000 hs; mientras que en las últimas 4 campañas
se experimentaron los mayores incrementos en superficie, lográndose en la campaña
2002/3 una extensión sembrada de poco más de 12,6 millones de hectáreas,
llegando a conformar hoy las más de 35 millones de toneladas cosechadas de la
oleaginosa casi la mitad de todos los granos recogidos en el país.
Esta vertiginosa
expansión sólo puede entenderse en el marco de la creciente articulación entre
la producción primaria, los complejos agroindustriales y la demanda mundial (teniendo
en cuenta que Argentina es el primer exportador mundial de aceite y harina de
soja y el tercero de granos). La magnitud de la misma ha implicado sin dudas
profundas transformaciones en la estructura productiva de la agricultura, lo
cual promovió crecientes debates acerca de la modalidad y sus resultados.
Considerando lo mencionado previamente, se pueden diferenciar – a
grandes rasgos- aspectos “positivos” y “negativos” que ha tenido dicha
expansión para el sector agrario en particular y para la economía argentina en
general. Así se ha destacado como ejemplo a seguir el constante aumento de la
producción, la incorporación de modernas tecnologías, el desarrollo de nuevas
prácticas productivas y organizacionales, la implantación de una agricultura
supuestamente sustentable, y la vitalidad económica del sector, capaz de
generar empleo y divisas de manera creciente, aún en un marco general de crisis
económica.
Por otro lado, la expansión de la soja se ha visto asociada a una serie
de efectos negativos, detectables principalmente en el ámbito agrario y sobre
todo a partir de los años 90. Estos podrían resumirse en: una creciente fragilidad
de la economía argentina al orientarse progresivamente hacia un modelo de
monocultivo, el deterioro progresivo del recurso suelo en la región pampeana
vinculado a las prácticas de agricultura continua, el desarrollo de una
producción altamente dependiente de insumos importados y controlados monopólicamente
por empresas transnacionales, el retroceso de producciones tradicionales, con su
impacto negativo tanto en el aprovisionamiento de dichos productos para el
mercado interno (caso algodón), como en el deterioro de las condiciones
agroecológicas que habían permitido el desarrollo de producciones más
sustentables y orientadas en algunos casos hacia el autoconsumo, entre otros.
Haciendo referencia al
impacto del cultivo de soja en la mano de obra rural, se puede hablar
fundamentalmente de aspectos poco favorables, como la aceleración de procesos
de despoblamiento de las áreas rurales como consecuencia del abandono de la
chacra mixta, del menor requerimiento de mano de obra asociado a las prácticas
culturales de este cultivo –sobre todo a
partir de la siembra directa-, y a los procesos de empobrecimiento y crisis
social derivados de los constantes aumentos de escala y concentración
económica. El abandono de la Argentina de su papel, tanto en el mundo como
sobre todo en el mercado interno, de proveedor de alimentos de naturaleza diversificada,
incentiva la situación de desprotección y hambre a la cual ha sido llevada la
mayor parte de la población rural. El desarrollo y aceleración de procesos de
concentración económica asociados a un tipo de producción que requiere de
mayores inversiones y superficies para sostener niveles adecuados de
rentabilidad, tiende a expulsar del mercado a una cantidad cada vez mayor de
productores.

Hoy en día, el cultivo de soja ocupa las tierras más aptas de la región pampeana, compitiendo por espacio con otros cultivos a los que puede sustituir según los precios relativos, como sorgo, maíz y girasol. De hecho, los altos resultados productivos han generado una importante dependencia del país en la exportación de soja. A pesar de todas las desventajas que trajo la injustificable expansión de la producción de soja desde mediados de los años 90, el sector agropecuario de Argentina ha hecho una estimación de 100 millones de toneladas de granos para su producción de 2010, proyectando la producción de soja en 45 millones de toneladas. Para alcanzar este proyecto se requerirá la incorporación de unas 17 millones de hectáreas al cultivo de soja. Lo preocupante es que la enorme cantidad de tierras no serán ganadas a otros cultivos, 4 millones de hectáreas nuevas deberán ser plantadas con soja, lo que implica la conversión de tierras ganaderas a sojeras.
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